lunes, 24 de octubre de 2011

Porque es importante que exista un mañana con un ayer.

Apagué las luces y tranquilamente disfruté del momento. La luna brillaba redonda en el cielo mientras las estrellas envidiosas, luchaban por ser un pequeño eco de luz a su lado. Hacía una noche preciosa, una de esas noches de lluvia de estrellas y como un niño decidí sentarme en el suelo de aquella habitación que me había visto crecer. Disfrutaba mirando a través de los cristales. Era una experiencia repetida y única. Algo así como descubrir aquello que ya esta inventado.
Cuando me imaginaba a mí mismo, retratado mirando por aquel pequeño ventanal, imaginaba todos los sueños capaces de crear una persona. Todos los retos y todas las victorias que somos capaces de experimentar... Todas las cosas que da pensar bajo la luna.
Decidí que aquel momento era mágico y no iba a desaprovecharlo. Abrí el cajón y con cuidado agarre la vieja caja de puros donde guardaba mil recortes de papel escrito y otros tantos por escribir. 
Me sentía inspirado. Me sentía esperado conmigo mismo. Sentía que estaba en deuda con las palabras y que me pedían entre susurros que les contara qué latía bajo la piel. Qué escondían mis venas. 
Era un secreto, uno de esos secretos compartidos. Una sensación caliente y brillante como la sangre. Un sentimiento incontrolable, incapaz de entender, quizás sólo resumido en un "ven conmigo" o un "te echo de menos". Esa sensación tan atrevida como insana. Tan reconfortante como asfixiante. Tan sencilla como enrevesada.
No debía, no tenía que decirlo. Tenía miedo a dejar escritas mil cosas, que quizás algún día enterraría entre cenizas y arrinconaría en la memoria. Y no lo merecerían. Pero no, ya no tenía aquel miedo. Aquella duda. Y lo escribí. Decidí dejar constancia de lo que pasaba por mi cabeza en esos instantes y ahora, leyendo aquellas líneas, veo con orgullo que aquella tinta está forjada al papel. Que son inseparables y que algún día las leeré sin miedo a arrepentirme de poner un "te quiero" al final de cada línea basándolo únicamente en su mirada de corazón incontestable. 

Porque pase lo que pase, la memoria es ingobernable y si bien algún día olvida todo, guardaré siempre una caja de puros de madera donde recordar cada sentimiento y cada capítulo de una historia que no tiene final. Y si yo olvido dónde guardé los pedazitos de mi corazón en forma de letras, recuérdamelo tú, que hay mayor tristeza que no recordar. Que no estés tú para ayudarme a hacerlo.