domingo, 4 de marzo de 2012

Por aquella Praga que me enseñó a rimar "sueño" y "dolor".

Ante nosotros no existía el horizonte. Los rojos tejados acababan y allí, nacían las blancas paredes de los próximos. Donde éstos se perdían resurgía un destello verdoso que sólo los años y la lluvia otorgan. 
El puente de Carlos mantenía mis pies en el suelo mientras mi cabeza revoloteaba sobre aquel magnífico castillo.
Ciudad de paz y pensadores. Filósofos y navegantes. Embrujo del alma.
Quizás nunca se escribió un poema épico de aquella Ciudad de los Sueños, pero sobre el río Moldava se sentían los mejores besos, se escuchaban las mejores notas, se soñaban las mejores sombras de un atardecer, se acariciaban los más suaves cabellos e incluso la felicidad se respiraba de otra manera.


Aquella ciudad predilecta por soñadores y artistas, ladrona en aquel marzo pasado, era el legado de una historia que merece ser escuchada. De unas gentes que merecen una mirada indiscreta mientras los últimos rayos de sol, nos piden que no abandonemos a su suerte aquella prodigiosa arquitectónica.
Mientras los últimos rayos de sol nos piden, que nunca abandonemos Praga.


PD: Como aquel soñador enamorado que un día escribió con el recuerdo de Praga reciente en la memoria y retina: "Hay cosas en la vida que tienen un antes y un después y que se marcan en aquello que llamamos memoria, otras se olvidan. Aprendamos a diferenciar cuales son las que realmente queremos recordar para siempre"