lunes, 20 de febrero de 2012

Nunca los valientes quisieron ser héroes. Nunca el silencio supo acallar miradas. Nunca la soledad estuvo sola.

Todavía penetraba en mis huesos el frío de la mañana. 
No recordaba una sensación de tristeza parecida.
Frío en las miradas, en los gestos y en los detalles. 
Frío en los abrazos, las voces, las caricias y los besos.
Quedaba atrás ese mundo de brillo dorado bañado por el sol de enero. 
Ese mundo que pese al frío, buscaba refugio en los pocos rayos que vencían las nubes en una carrera distante a la realidad. 
Distante a la dura realidad. A la realidad donde no quedan esperanzas. 
Realidad de anhelos materiales y vidas entrecruzadas con flores de espino.
Realidad que construye imposibles muros de rocas con cada uno de nuestros deseos, apilados, unos sobre otros, convirtiéndolos en cárcel. 
Cárcel de sentimientos de la que tan siquiera podemos huir volando, pues ya no creemos en las alas.
Cárcel que se viste de musa y pinta en nuestras líneas la palabra "Soledad".


No quedan ganas de huir. Siquiera recordamos cómo lo hicimos otras veces.
No quedan ganas de ayudar a huir. Las miradas se apagan y con ellas rostros que lloran bajo las estrellas esperando que el tiempo y la fortuna coloquen en sus manos todo aquello que merecen. Los versos con los que juraron y que ya no valen nada, enterradas aquellas palabras bajo sacos de algo más que simples papeles.


PD. Y apareces tú. Con tus mejillas rojas y tu pelo negro y me enseñas que todavía no se ha cubierto el cielo. Que quedan cosas bonitas, letras cursivas y lágrimas de felicidad. Detalles dignos de un magnífico ebanista que todavía no ha terminado su obra y que en silencio, pide que coloque la última pieza de éste puzzle que aún no se dónde guardar.