martes, 29 de octubre de 2013

Y sin embargo...

Irremediablemente sentía que había perdido parte de su vida. La esencia que había sido inalterable, irremediablemente caía. Como caen las hojas en otoño. Como cae el otoño sobre la luz. Irremediable se estrellaba contra el suelo y se hacía añicos. Siquiera los árboles veían a sus hojas destrozarse; ellas caían leves y reposaban contra el suelo frío que las hizo soñar en verano. Soñar que nunca serían pisadas. Y soñaron, soñaron que nunca llegaría el otoño, que alguien arreglaría aquel desastre, aquel ciclo estúpido. Que nadie tendría la fuerza suficiente para separarlas de su hogar, del destello dorado del sol y la rugosa mano que las mantenía con vida. 

lunes, 20 de mayo de 2013

El día que la amalgama desapareció. (II)

Nadie sabía mejor que las nubes blancas dibujadas sobre la pecera azul, seguir el compás al tiempo.
Nada crujía con tanta facilidad como el tallo de la hoja marrón al tacto en otoño.
Nada revestía más la piel que el agua salada en verano, la franela en invierno o su abrazo cualquier noche del año.
Nadie sabía cómo aprender a olvidar y si alguien lo aprendió, jamás quiso enseñarlo a los demás. Seguro que Ella aprendió a olvidar aprendiendo a querer y quiso obviar, que pretendió aprender a querer y conformarse al pensar que olvidar, fue mejor.

Ella quería volcar la pecera que era el cielo. Sólo el tiempo pudo ayudarla a ponerlo todo patas arriba.
Y cuando las cosas comenzaron a caer hacia el lado vencido, sólo el tiempo la ayudó a atrapar en su caída lo valioso.
Y qué paradoja, que el tiempo se convirtiera en su mejor compañero. 'Tic, tac', 'tic, tac', podría pasarse el resto de los minutos de su rotada vida logrando borrar dos segundos de la pasada, ni en calma, ni en orden, sospechosamente desordenada.
¡Qué cosas tiene el tiempo! y qué delicia la entropía...

Y Picasso... Picasso lo sabía. Bien es cierto que su época no fue la mía.
O quizás... Quizás mi época no es la suya. 
Letras, voces, discusiones a la luz de las velas. Cuadros, cartas, novelas que aún conservan melodía.
Hemos olvidado la sinfonía. Los colores, la humanidad y la descripción de las caricias.
Ahora tenemos amaneceres, farolas en noches oscuras, prados verdes y montañas vacías. Nevadas sí, pero vacías. Es cierto que recogemos su reflejo en el lago. Una vez. Y otra, y otra más. Pero ya nadie nos cuenta a qué huele la orilla. Ya nunca vemos el reflejo de la montaña sobre el agua al nevar, porque no somos capaces de verla reflejar.
Estoy tan cansado de verla posar para un cristal...

Las estrellas ya no palpitan en el cielo. Bueno, palpitan lejos, muy lejos, cerca de la serenidad, la calma y la anonimidad. 
¿Porqué tengo que irme tan lejos a verlas deslumbrar?
Creo que siquiera una terraza con frío invernal compartida con sus ojos opacos, de llorar, puede hacerme sentir otra vez cerca de la Luna. 
O quizás sí. Si todo fuera tan sencillo como desordenar...

jueves, 4 de abril de 2013

¡No!
No quería oír sus pasos alejarse en el pasillo.
No quería oír la puerta al cerrarse. El ascensor al bajar.
No quería oír sus pasos huyendo bajo la lluvia, su pelo mojado de tanto caminar, sus besos alejándose otra vez más.
No quería verla en el autobús pasar, alejarse en la Ciudad, sentir su resistencia al hablar, sentirla capaz de ignorar.

Y allí estaban, en dos mundos diferentes. 
Frente a la ruleta que era su existencia, una vez más.
Él era sufridor y apuesto. Ella libre para apostar.

Y... Y si algún día alguien decidiera escribir la verdad. Contar que aquello fue un cuento. Que se volvieron a encontrar.
Que él escribía a pluma en secreto la historia. Que Ella lo aprendió a escuchar.
Que en realidad Ella no se fue de casa y se volvió a acostar.
Que él se despertó de aquella pesadilla... y la volvió a besar.

lunes, 28 de enero de 2013

"Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas". Mario Benedetti.

"Sentado bajo aquel roble, se abandonó a la idea de la vida finita. 
No dejó de escribir, pero había olvidado la tinta.
Escuchaba el mecer de aquel tronco y sufría por él como un buen amigo.
Fue capaz de escucharle cuando todos lo apuntaron como enemigo."

De nuevo había doblado la página de su poemario. Había anochecido y aún se encontraba en la misma postura que adoptó cuando el sol cerraba sus párpados. Había estado reflexionando sobre política, nada más dañino que aquello. Había pensado si aún existe eso que llamamos "sentimiento de culpabilidad". ¿Cómo... cómo era posible que escalaran más arriba pisando los hombros ajenos? Quizá nunca pensaban que podían caerse o que a cierta altitud, el cielo es el límite. Y hablando de cielos, enlazó aquel pensamiento crítico con la parte música de su cerebro. Con la parte danzarina, desentendida, educada, reprimida... pero alegre. Con aquella parte de su mente, que le planteaba otro lado de la línea que él mismo trazó en su infancia. La línea que separaba religión y realidad en su mente, era clara. Aquella línea era incuestionable e infranqueable, quizás la más arraigada y construida a base de lógica, en aquel desván desordenado que era su cabeza. No obstante, le gustaba cruzar al otro lado del trazo, observar el mundo desde aquel lado espiritual. La curiosidad se convertía en un monstruo generoso y benévolo que le invitaba a leer aquellos tratados teológicos. Se reía. Recordaba aquella "Alienación Religiosa" de Karl Marx y la hacía suya "Cómo vamos a arrodillarnos ante alguien que nosotros mismos hemos creado. Cómo vamos a vendernos, a prostituirnos, a abandonarnos a la imagen inmaterial que hemos pintado nosotros, con nuestras manos ¡Pero si lo hemos leído, casi  hemos visto cómo lo creaban delante de nuestros ojos!"  pensaba.
"Casi lo hemos leído..." quizá debería empezar a cuestionarse la verdad absoluta de lo que leía.
Y se le escapaba...
Volaba su pensamiento...
Acababa su lógica y... no había más en aquel "universo sináptico".
Estaba claro que él no había sido iluminado con el Don de la Fe. Y no lo preocupaba.
Aún así, como aquel gato curioso que mató una tal Curiosidad, se planteó su vida desde el lado de la línea que no correspondía a su educación ni a sus modales (como los locales creerían). Imaginó la felicidad casi plena que debía suponer la vida eterna. Menudo fastidio dejar las cosas a medio-hacer aquí abajo ¿no?; seguro que aquellos que se encontraban en la que ahora era su "personalidad turística" se plantean si pueden seguir con sus proyectos allí arriba. Estaba empezando a pensar cosas poco serias, ¡seguro que lo que estaba pensando también se consideraba pecado! y rápidamente recordó que existía un "ahí abajo". En cualquier caso, pensó que lo idóneo era quedarse entre medias de ambos, de todas formas, no meditaba jugarse demasiado el pellejo en ésta vida. No era un héroe valiente de aquellos que no existieron nunca, pero no era ningún cobarde.
Lentamente comprendió que en aquel lado de la vida, muchos encontraban un consuelo. Un refugio. Era difícil entender que si bien él pensaba que aquel refugio no era real, tampoco lo son muchos de los refugios de su mente atea y aún así, estaba presos de miles de ellos. De repente, aquellos refugios con forma de recuerdos se convirtieron en opaco fango en aquel lado de su mente, lo que le dificultó avanzar más... Quizás otro día. Y antes de cruzar de nuevo la línea, volvió la mirada atrás y pensó  "¿pero, allí arriba me curarán los achaques?" cruzó a su hogar mientras se reía de sí mismo.