martes, 30 de octubre de 2012

El día que la amalgama desapareció.

Gris día para no encontrarnos
para no abrazarnos 
para no mirarnos
para no besar.

Gris día para huir
para salir
para sentir
para ser capaz. 

Gris día para agachar la cabeza.
Día oscuro para cumplir promesas.
Promesas que nos hicimos en aquella calle de plata tan gris...
Tan gris que no regresa.


"No salieron jamás
del vergel del abrazo. 
Y ante el rojo rosal
de los besos rodaron.

Huracanes quisieron
con rencor separarlos.
Y las hachas tajantes
y los rígidos rayos.

Aumentaron la tierra
de las pálidas manos.
Precipicios midieron,
por el viento impulsados
entre bocas deshechas.
Recorrieron naufragios,
cada vez más profundos
                                                                    en sus cuerpos sus brazos.

                                                                  Perseguidos, hundidos
                                                                   por un gran desamparo
                                                                  de recuerdos y lunas
                                                                    de noviembres y marzos,
                                                                 aventados se vieron
                                                                 como polvo liviano:
                                                                   aventados se vieron,
                                                                       pero siempre abrazados."

                                                              Miguel Hernández




martes, 16 de octubre de 2012


Casi había olvidado escribir. Miento si no cuento que a menudo improvisaba mil frases que en mi mente sonaban preciosas. Unas con tu nombre, otras con el suyo, muchas con el mío solo. Repetía mil palabras que no sabía como unir. ¿Cómo intentar dar sentido a algo que no lo tiene?. 

Aún pienso que si algún día quiero escribir una novela, si aún quiero mantener ese sueño, voy a tener que vivir a latidos. A bandazos. A temporadas. Mi vida tranquila no me permite los excesos del corazón y el poco temple de mi mente para escribir. Para contar una historia, narrar un beso, tararear una canción de lento ritmo necesito vivir fuera de cualquier rutina. Necesito no saber qué será mañana de nosotros, que mi corazón se arrugue y más tarde vuelva a latir con más fuerza, con el miedo que conlleva la incertidumbre o para otros el placer que conlleva la sorpresa.
Quiero escribir, claro que quiero... Pero ya no sé si quiero vivir así. Ni siquiera sé si quiero dejarme querer o no callar, y caer. 
Esto ya no es un juego de niños, los veranos queman y los inviernos enfrían la piel, amedrentan los sentidos y las pocas arrugas de los diecinueve años van creando surcos.
Pero aún así, seguimos atrapados en éste bucle. Seguimos atrapados en un tiovivo que nos impide salir pero que a la vez seguimos rotando para que no nos impida dejarnos ir. Cada uno por un camino. Distinto. Enfrentados. Pero cuando consigamos detener este juego, cuando entendamos que nada tiene valor entre dos personas apolares, volverán a cruzarse. Y sólo queremos que se crucen, una y otra vez. Sólo buscamos dañarnos, una y otra vez. Sólo buscamos curarnos cicatrices, una y otra vez. Sólo nos buscamos el uno al otro, nos mentimos creyéndonos libres, una y otra vez.

Olvidarse no es el destino de dos personas cuyo último fin es la felicidad. Pero qué sabrá el destino cuál es el fin si la felicidad reside en la otra persona junto con el error, junto con las lágrimas...
¿Quién entiende nada?¿Quién conoce el mañana?
Quizás nos estemos equivocando, pero nada es eterno, ni siquiera el error.


PD: No cierres tu puerta, estoy contando los pasos que hay hasta la mía abierta.