jueves, 7 de abril de 2011

Mi lienzo escrito (III) Retales del pasado.

Andando despejaba los problemas que últimamente me acechaban. Se acercaba el verano y todavía no tenía claro que sería de mí en unos pocos meses. Realmente, no entendía por que me perseguían aquellos pensamientos. Los últimos tres meses había sido completamente feliz y no cuestionaba que ello fuera a cambiar en las próximas semanas asi que me relajé y disfruté de la ruta entre árboles que había decidido emprender hace pocas horas junto a la inseparable Shiba.
Mentalmente, cambie de tema y propuse centrarme en los sentimientos que en mi despertaba la llegada del verano. Era mi época favorita del año, no tanto por aquello de las vacaciones, que también se convertía en un factor importante, si no en los recuerdos. En la infancia. Y es que siempre que pensaba en buenos recuerdos acudía a mi memoria un día soleado, caluroso, un típico día de verano. Yo era de aquellos niños que disfrutaba el verano como si fuera el último, "Nunca se sabe que será de ti mañana, asi que disfruta, no dejes pasar el tiempo y dedica tiempo a aquellos que quieres" me decía mi padre en cada uno de nuestros filosóficos enzarzamientos de los que siempre salía derrotado pero victorioso, con un consejo nuevo a aplicar en mi vida, que se reiniciaba despúes de cada una de aquellas conversaciones.
Ahora que vivía en la montaña añoraba la playa, siempre he sido así de inconformista, asi que intentaba pasar un breve período de tiempo junto al mar siempre que podía. Me encantaba oír el romper de las olas en la orilla mientras leía cualquier libro, interés que cómo no, despertó mi padre desde pequeño, gran amante de los libros... Y de la montaña.


Tras dos horas largas de caminata decidí emprender la vuelta a casa, pero no sin antes descansar debajo de un árbol de gran tamaño con hojas de tonalidades verdosas diferentes, nunca había reparado en ello. Decidí que aquel árbol podría ser el comienzo de la historia que estaba escribiendo desde hace varios días. La idea nació cuando reflexionaba sobre la agetreada vida que había tenido mientras hablaba con Ella, que tras aguantar mi discurso durante diez minutos decidió contestarme con una palabra "Escríbelo". 
Seguramente, si la idea no hubiera nacido de aquella melena rubia, la habría desechado al instante, pero pensé durante dos segundos si realmente merecía la pena y acepté el reto. No es que me ilusionara escribir, pero lo escribiría como homenaje a todos aquellos que alguna vez me recordaron, que pensaron en mí o que sencillamente me ayudaron a ser mejor, pero también para relajarme, evadirme era la palabra. No había muchas cosas en la faz de la Tierra que me consiguieran sumergir en otro mundo: solamente mi lírica y sus ojos, que eran mi privilegio, y es que ambos formaban un bucle eterno: Lírica para sus ojos y sus ojos para mi inspiración, plasmada en forma de frases con sentido, oraciones formando la más medida lírica.
Tras aquel momento de evasión romántica decidí volver por el mismo camino mientras Shiba corría a mi lado ansiosa por llegar de nuevo a casa. Mientras regresaba quería dar forma al argumento de mi libro, pero no encontraba nada útil, me empezaba a no agradar tanto aquello de plasmar mi vida en un libro asi que opté por el resto de temas existentes en la narrativa del momento. Nada, no quería historias de tórridos romances, ni siquiera de romance; no quería aventuras de héroes irreales o de personajes superficiales, quería algo más, algo diferente, algo que no estuviera al alcanze del resto, con una profundidad nunca imaginable, quería las 4 dimensiones de la letra.
Atardecía, y cansado abrí la puerta de casa. Shiba cayó rendida en su alfombra mientras yo me quitaba las sucias botas de campo y la buscaba con la mirada. Subí las escaleras que llevaban al salón del segundo piso, con las últimas reservas energéticas del día y la observé dormida en el sofá. Tenía la mano apoyada bajo la mejilla y la otra abrazada al cojín turquesa con forma de luna. El dorado pelo caía a mechones sobre su frente y la encontré más preciosa que de costumbre. Me senté a su lado y pequeñas gotas de sudor impregnaban sus párpados asi que decidí destaparla con sumo cuidado de no despertarla de su letargo. Cuando me dí la vuelta la encontre mirándome. Como siempre, sonreía, ella era feliz y yo en aquel momento acababa de descubrir sobre qué escribiría mi libro, mi historia. Nuestra historia.

PD.
No sabía que la primavera duraba un segundo. Yo quería escribir la canción más hermosa del mundo.

1 comentario:

  1. Quiero dar por bautizado este blog. Yo también busco a cada rato esas cuatro dimensiones de la letra. Borges, quizás, con su Aleph, o mejor, Walt Whitman, con sus hojas de hierba. Supongo que el verano lo tendrás que aprovechar mejor que has aprovechado el invierto, aunque suene a soniquete de padre. Pero mi inacabada (espero) e incierta carrera de escritor también empezó un verano con asignaturas pendientes.

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