lunes, 4 de abril de 2011

Mi lienzo escrito (II) Historia de una vida finita.

Amanecía. A través de los cristales de la ventana observé el jardín. Brotaban las últimas flores que replanté hace escasamente 2 semanas y lanzaban destellos añiles que se fundían con los rojos, azules y dorados de las que ya ocupaban una parte importante en el espacio de aquel pequeño huerto.


Me levanté de un salto de la cama y con una vitalidad que hacía días que no tenía me puse los impecables vaqueros que acababa de comprarme, una camiseta clara y salí a la calle.
El frío propio de la noche ya se estaba disipando y todavía podía observar el rocío depositado en el reverdecido césped.


Hacía un día genial para pasear con el perro, montar en bicicleta, caminar hasta quedar exhausto o para pensar, simplemente. Me decanté por la opción del mínimo esfuerzo e intenté recordar los motivos que me habían llevado hasta allí, hasta aquel lugar apartado de la ingobernable civilización.


Nunca me pude quejar de éxito en la vida. Nunca podré culpar a la deteriorada sociedad actual de haberme cambiado. Tenía todo lo que cualquier niño sueña de pequeño: una gran casa céntrica, influyentes amigos, coches lujosos, mujeres, fiestas... Una vida repleta de excentricidades y lujos que disfrutaba a costa de mi salud.


Tumbado en el suelo, con las nubes como único punto fijo de mi mirada, recuerdo perfectamente cómo me dí cuenta una tarde lluviosa y fría, hace ahora 3 meses, de que no quería pasar el resto de mis días así, anclado a una vida elitísta de apariencias y falsedades. Quería poder disfrutar de la calma, de las personas, de los ambientes que me quedaban por conocer en mi vida finita.
Pensé en cómo ahora era mucho más feliz, vivía con lo necesario y con ella, lo que convertía mi vida en algo totalmente completo y satisfactorio y cómo en un acto egoísta la había propuesto que escaparamos de aquella vida que nos atenazaba y nos cambiaba, nos volvía insoportables los unos con los otros. Recuerdo que me miró y sonrió. "Estaba deseando escucharlo".
Y aquí estoy ahora, con ella o tras ella, no sabría definir este sentimiento, pero si reconocerlo: Felicidad.


Cuando comenzé a divagar sobre su figura, escuche a mi espalda el ladrido de Shiba, aquel Labrador blanco aterciopelado que encontré hace 3 meses junto a su dueña, desde aquella tarde, no conozco la vida sin ambas.
Saltó encima y comenzó a juguetear, la encantaba arrancarme las primeras dosis de vitalidad del día. Tras varias carreras por el espacioso jardín caí de nuevo a mi retiro favorito, aquel mullido césped en el que me esperaba Shiba, estratégicamente colocada para utilizarla como almohada. Giré la cabeza y la observe en el marco de la puerta con una blanca taza en la mano y descalza, mirándonos como dos niños que se acaban de conocer. Quizás no era la mujer más guapa que existiera, quizás siquiera que hubiera conocido, pero aquella inteligencia, aquella mirada, aquella risueña personalidad... Eran mi debilidad. Con un gesto de cabeza pedí que se acercará y tumbandose sobre mi pecho susurro aquello de: ¿No es todo lo que habías soñado?. Inconscientemente ladeé la cabeza, observe su boca entreabierta y la besé.
- Todavía creo que es un sueño. Que eres un sueño.

 PD.
-¿Y tu? ¿Qué quieres ser?
- ¿Yo? Pues no lo sé seguro. Bueno, sí, grande. Quiero ser grande
- ¿Grande? ¿Y para que quieres ser grande? Todo llega a su tiempo
- No, no quiero ser grande en edad!
- Áh... Altura.¿Es eso verdad? No te preocupes, todavía tienes mucho tiempo para crecer!
- No! ¡La grandeza no se mide con altura!

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